Y mientras lo veía partir, sintió que por fin podía respirar.
De repente todos los gritos, humillaciones, manipulaciones y traiciones se sintieron como algo lejano que le había sucedido a una conocida, mas no a ella.
Decidió que esa tarde haría lo que más le gustaba hacer y había dejado porque él consideraba que era una pérdida de tiempo: leer un buen libro con una copa de vino tinto.
Habían pasado dos años desde la última vez que había podido sentarse en el sofá y relajarse, sin pensar en que alguien llegaría dando voces y lanzando insultos al aire.
Al día siguiente llamaría a su mejor amiga y le pondría fecha a ese viaje que iban a hacer justo cuando lo conoció, y que nunca pudieron empezar. Esperaba que después de todo ella pudiera perdonarla.
Y lo mejor, dormiría en su cama después de darse un baño caliente, sin preocupaciones, sin sobresaltos.